jueves, 16 de diciembre de 2010

Y entonces aprendimos a recoger de entre las ruinas los restos del mundo humano.


Y entonces aprendimos a recoger de entre las ruinas los restos del mundo humano.
Los truenos del cielo no cesaban.
Caras negras por el hollín del carbón utilizado en los holocaustos masivos
de seres borrosos e insanos.
Tribunales llenos de sangre y entrañas esparcidas donde se juzgó
a un Cristo resucitado por el odio.

Nunca aprendimos a hablarnos entre nosotros.
El silencio es aún el cómplice del fin.
Pretextos bizarros que no aceptan un no, como respuesta.
Ataúdes vaciados por la vergüenza social.
Cascabeles de esqueletos que anuncian su llegada a la tierra prometida.

Desde antaño buscamos esos sonidos.
Hieren la piel, y estrujan las viseras.
No lo podemos evitar.
Hay sed y hambre.
Hay dolor y pena.

¿Dónde comenzó todo?
¿En ese árbol seco desde hace siglos?
¿O en las olas blancas y azules interminables como los ruidos de la cabeza?
¿O en el silencio que por primera vez escuchó un gemido?