domingo, 17 de octubre de 2010

Toca mi rostro y moldéalo a tu ideal sin cesar.



Denle al vano el oro tierno
Que arde y brilla en el crisol:
A mí denme el bosque eterno
Cuando rompe en él el Sol.

Ella le prometió no viajar más por esas tierras calientes y antañas sin él. Le prometió estrellas cayendo de la noche como una vía láctea bebida de sus blancos pechos. El dolor desaparecer, la idea recobrar. Despertar juntos planearon durante meses, sonidos mínimos y caricias nocturnas.

Le prometió sueños salpicados de miel de sus enroscados cabellos rojizos. Sonrisas infinitas tomadas del pasado en blanco y negro. Le dijo palabras y las descompuso en sílabas que rimaban al final con morados tintes y aterciopelados tactos.
Sacudió su cabeza hasta dejarla pálida de ideas nuevas. Ideas impregnadas de amor y felicidad. Animales burbujeantes salidos de entre árboles inmensos, majestuosos y dignos padres. Tierras sembradas con pasión y tranquilidad por hombres pájaros que iban y venían en meses de llovizna intensa. Se elevaban rápidamente y miraban tristes la miseria desde lo más alto.

Él siempre le creyó todo. Esas melodías dispuestas por ella eran gotas de agua en el desierto del resto de la humanidad. Tejer telas para cubrir cuerpos, tocar pasos silenciosos para descubrir el tono preciso. Le dio la auténtica luz para luchar y la fúnebre oscuridad para descansar tiernamente en su regazo.

Ella le prometió callar esos restos de temor por pasados pregonados. Iniciar en blanco una hoja multicolor. Borrar huellas mal pisadas y cambiar la dirección.

Cantos armados desde las entrañas de la tierra él escuchaba salir de los labios rosados de ella. Acariciaba su cabello y le insinuaba olores que saciarían su sed. Notas musicales extasiadas al límite.

Sus jardines inmensos rociados con agua de mar de los dos grandes océanos. Mares chorreantes de sabores intensos como la saliva que emergían diariamente al sabor de él.

Ella escuchaba siempre atenta sus palabras tibias como las entrañas que él le recitaba sobre la cama:

Conozcámonos más.
Brilla tus ojos en mí.
Toca mi rostro y moldéalo a tu ideal sin cesar.
¡Forniquemos en los fríos climas, y paseemos por entre los árboles
para cubrirnos de los calurosos soles humanos!
Hoy nací en ti, en tus dulces palabras y en tu suave gemir.
Acaricia mis ojos cafés una vez más, dame la luz de la libertad plena.
La libertad que solamente la mujer puede dar en redención.

Y entonces él recordó sus pasos en esos lugares propios de los no-hombres. Sus pies rematados de infinitos colores eran esos susurros matutinos de los altos montes inalcanzables.

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