lunes, 10 de agosto de 2009

Carta al Auténtico Amigo. Parte I.

21 de octubre del 2008.


Cultivo una rosa blanca,
En julio como en enero,
Para el amigo sincero
Que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
El corazón con que vivo,
Cardo ni ortiga cultivo:
Cultivo la rosa blanca.

José Martí.




El joven llega a la cantina con un aire desolado y triste, sus ojos se pierden en la cotidianeidad del ambiente sereno y lento del lugar. La mesera lo mira de reojo y se acerca a la mesa, lo ve y espera que él siga el procedimiento de pedir lo que piden todas esas sombras de la tarde calurosa; lo hace y de inmediato saca una carta de su sobre y se denotan, de esta, sus bordes desgastados por las tantas leídas a las que había sido sometido ese pedazo de papel. Dos, tres, cuatro… botellas de cerveza van adornando la mesa vieja y gastada. Un salero y limones, una pequeña hilera de hojas impresas de poemas, un morral viejo, y un cenicero lleno de tabacos mal encendidos y mal fumados, es todo lo que adorna esa mesa.


El joven se dispone a leer la carta una vez más de las tantas que se adivina, ha leído. Al seguir con sus ojos cada línea se puede ver una tranquilidad y un seguimiento lento de la lectura, pero por momentos se detiene la vista en ciertas palabras que son acompañadas de un gesto de extrañamiento momentáneo. La lectura de esas dos hojas se termina y acompañada de eso, la sexta botella de cerveza.


Después de una larga reflexión en torno a su propio lugar, el joven saca una pluma y voltea una hoja impresa e inicia esta carta que se presentará a continuación, que fue extraída del bote de basura del sanitario de hombres a las 12:30 am del inicio del día después.


Querido Alfredo:


Dices, querido amigo, que no hay razones para seguir viviendo. Tu expresión me provoca una tímida sonrisa en mi rostro y hace que esquive mi mirada, que la pierda en la mesa atascada de objetos ya, inservibles.


Sabes, yo no soy el indicado para darte razones para vivir, y menos, para vivir feliz. Mi vida es una eterna confusión entre lo que fui y el producto de eso, es que soy hoy. Mis razones para vivir se han ido reduciendo como la lluvia torrencial que termina siendo una suave brizna cálida que refresca mi faz.


Mi problema, y discúlpame que me ponga de ejemplo, en esencia, es que pienso mucho, tanto cosas profundas, o sea, trascendentales para mi, como frivolidades, como mi relación con los hombres y mujeres a mi alrededor. Mi mente vuela, vuela mucho, y viaja, viaja mucho hasta el cansancio. Estoy harto, harto de mi y harto de lo que he hecho de mi. Últimamente solo he escrito sobre lo mismo, sobre el recuerdo de una usurpadora de libros y corazones. Todo me la recuerda. El bar, el sexo, los libros y los poemas. Quiero escribir sobre la naturaleza, sobre la esencia de lo humano, sobre la flor, sobre el campo y la selva, y sobre todo, el conquistar montañas con una larga vara sin corteza. No puedo, te juro que no puedo, termino relacionándola con todo. Ayer quise enamorarme de una chica linda de una extraña mezcla de verde y café en sus ojos. No lo conseguí, era muy boba comparada con mi usurpadora.


Sentado aquí, querido amigo, frente a una mesa de inutilidades quiero decirte, y que consideres, las cosas que me mantiene vivo, firme y caminando por las calles mojadas, frías, salvajes e interminables:


Empezaré remitiéndome a un vago recuerdo de mi niñez, sabes, no tengo muchos, pero esos pocos forjaron el yo del presente. Este recuerdo de mí caminando por el bosque que está cerca de la casa de los abuelos, es un recuerdo hermoso, pues trae a mi cabeza el olor a tierra mojada, a la humedad de la sierra, cientos de plantíos divididos bellamente en ejidos, y los indios caminando presurosos a cosechar sus productos al final del temporal. --Cómete un plátano o un durazno güerito –me ofrecían al pasar cerca de la piedra donde me sentaba a verlos.


Caminaba tranquilo entre las divisiones de estos que era el camino al bosque, este tenía ahuehuetes frondosos y enormes, de cientos de años, grillos, pequeñas víboras y ardillas, eran los testigos de mi entrega a la naturaleza. Ahora te digo: abandona todo. Pertenencias, amigos y relaciones y cámbialas por paseos matinales por algún bosque, por algún campo, así, pues, lárgate lejos de esta maquinaria.


Si quieres razones para seguir viviendo te diré que visites un bar, ahí están las personas más patéticas del mundo, y al verte reflejado en sus tristes rostros, pensarás que lo tuyo es cosa de nenas. Mira, por ejemplo, a este tipo que se acaba de quedar dormido de lo ebrio, frente a un plato caliente de sopa. O mira a aquél, que las meseras, que tienen la misma edad de mi madre, han decidido ignorar por su alto estado etílico. También puedes escuchar las pláticas de los vecinos de estas mesas, hablan sobre la mejor forma, o sea, fáciles, de acceder a puestos públicos con tan solo hacerte amigo de un gordo pervertido. ¿Lo ves amigo? Son lo peor de lo humano ¡Mira! ¡Mira! ¿Ya viste? A ese borrachín haciendo unas suertes de torero y tratando a las meseras como vaquillas ja! Ja! Ja! ¡Linda cucaracha camina por la pared!


Quisiera estar solo en este bar, y tal vez en realidad lo este. Deberían todos parar de hablar y tal vez, solo tal vez, se encontrarían a sí mismos. A estas gentes les es tan extraño venir a beber solos, me miran con un sentimiento de pobre joven…

Continuará…