martes, 2 de junio de 2009

Hace una semana que dejé de rasurarme la barba.


16 de Junio del 2008.
Para entonces.

Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca un sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.

No escuchar en los últimos instante
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.

Morir cuando la luz, triste retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde...

Morir, y joven: antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona!
Manuel Gutiérrez Nájera.




Hace una semana que dejé de rasurarme la barba, nadie lo notó. Hoy dejaré de bañarme, tal vez alguien haga un comentario a eso después.

Nadie ha notado que desde hace dos meses no me ha dejado de temblar la mano izquierda, nadie notó que ya no hay nadie que me corte las puntas abiertas de mi pelo largo.

Eso me lleva a pensar que tal vez ya no estoy aquí, tal vez me fui muy lejos con una chica desconocida, sí, seguramente es eso. Creo que la conocí estando sentado en una banca de la facultad en un día soleado de esos tan molestos; ella llegó con la luz que solo emana de las mujeres, me pidió una pluma negra para llenar un formulario, ja ja ja, recuerdo que estaba desesperado por encontrar una en mi morral y ella notó el temblor de mi mano, se la di y creo que en ese instante me enamoré de ella, de su olor y del color oscuro de sus grandes ojos. Todo pasó tan rápido, días después me llevó a vivir a su cuarto cerca de alguna estación del metro (cualquiera, no importa), era un cuarto pequeño, con una sala comedor, un recámara con un colchon desgastado y un pequeño baño donde olía a gallinas debido a que estaba cerca de las jaulas de los animales de la vecina. Ella solía despertarme con un dulce olor a marihuana. Le gustaba fumarla a las siete u ocho de la mañana, solo madrugaba para eso, digamos, no le duraba mucho pues hubo varias veces en las que ella me despertaba en la madrugada pues había olvidado comprar su bolsa y no tenía qué fumar a la mañana siguiente.

-Hay que conseguir aunque sea una vela- me decía con una aparente actitud de relajamiento mientras me acercaba mis tenis para apresurarme.

Un día sin consultármelo, y si lo hizo pues ya ni me acuerdo, empacó nuestras cosas, regaló mis libros y me obligó a largarnos a vivir a San Cristóbal de las Casas, sí, estamos ahora justo allá, oliendo la tierra mojada, corriendo entre los mercados, viendo los diversos colores de las casas y tratando de huir del sol incendiario que en un principio nos unió.

Ella me despertó hoy con el dulce olor a marihuana y un beso en la mejilla que inmediatamente notó sin rasurar…

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