martes, 23 de junio de 2009

Caminar el Pasado.

15 de enero del 2008.

Ejemplares hay que ser
Y seguir nuestra consigna
Que vivamos por la patria
O morir por la libertad.
Vamos, vamos, vamos, vamos adelante
Para que salgamos en la lucha avante
Porque nuestra Patria grita y necesita
De todo el esfuerzo de los zapatistas.
Nuestro pueblo dice ya
Acabar la explotación
Nuestra historia exige ya
Lucha de liberación.


Nueve de la mañana en punto, inicia el viaje hacia el pasado, un pasado digno de contarse, un pasado que hoy es presente y bellamente se mezclan en una vieja olla de barro. O sea, caminar el pasado.
Bajas del carro e inmediatamente sientes la tierra levantada que entra a los pulmones como si fuera una tormenta de arena. A la vez el calor de medio día te quema la nuca y los brazos, un calor insoportable que altera el paisaje como si la tierra fuera una enorme parrilla y las piedras, carbones. ¿Dónde quedó el progreso?: Preguntan los cactus secos a medio ejido.
El camino te resulta monótono, sólo ves pasto seco y quemado, viejos arbustos secos, nopaleras y todo tipo de cactus. Montañas de todo tipo, desde las que se parecen a la boa que se ha tragado un elefante hasta unas que parecen cortadas de tajo por la mitad. Volteas y los ves fastidiados, acalorados y temerosos por el próximo encuentro.

El paisaje es infinito, tan infinito como la vista te logre ayudar. La dirección es la correcta, sólo hay algunas casas por aquí, todas parecidas y con olor característico a abono. Entran todos y lo primero que vez es gente morena. Es raro porque todos te conocen pero tú no a ellos, piensas que veinte años no pasan en balde, pues nada te une a este lugar, salvo un sentimiento raro de haber estado ahí, parado muchos años atrás jugueteando de aquí para allá como hoy lo hacen las princesas. El sudor de tu cabeza es insoportable, pues constantemente lo retiras con un papel. Los abrazos fuertes y sinceros, hoy, sobran. ¿Qué se hace aquí? Esto fue lo que preguntaste, pero a la vez sabías la respuesta: sobrevivir.
Esta sensación que experimentas te trae flashazos de memoria pasada, muy pasada diría yo. Lo primero está listo: una empedrada, sí, esas que usan para delimitar terrenos, éstas piedras, unas redondas otras como lajas, es lo que viniste viendo desde kilómetros atrás y lo que, desde lejos, ya te conectó con el lugar. Al pasear por el rancho ves un tractor y de pronto viene el segundo gran recuerdo: una vez de niño le pegaste con un martillo a la llanta de un viejo tractor ahí mismo y éste te reboto en la cara dejándote inconsciente y despertando con una herida en la ceja.
La mirada tierna de los abuelos es, según imaginas, la misma de hace años, el apego a un familiar lejano no lo olvida la gente de rancho.

Lo cotidiano no es monótono en ese rancho. Todos hacen lo que deben con gusto, pasear los borregos, alimentar a los cerdos, ensillar a los caballos, recoger el abono, sembrar, regar, cosechar etc.

Las luces en el cielo, que ellos llaman estrellas, se presentan como un espectáculo para los que resistan mirar por horas hacia arriba, viendo cómo hacen pasarela de oriente a occidente sobre los ejidos del rancho.

En la plática entre cervezas, te hablan sobre Zapata y villa, sobre que los buenos hombres son los que vienen de provincia, porque saben trabajar y ser fieles a su gente. Ves un pequeño retrato de estos dos personajes atravesados por dos pequeñas armas.

-Gente buena, de buena raíz, dice el abuelo, mientras ves sus huaraches, ha salido de aquí de la casa, como por ejemplo un líder campesino que se lo desaparecieron por andar moviendo a los indios.

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