lunes, 2 de febrero de 2009

El Loco Sueño en unas Mentes Bobas.

Noche del 31 de diciembre del 2007.


Cuando la luna ilumina, a través de la ventana, con todo su esplendor tu faz, ya sabes bien qué va a suceder, te sientas y las hojas amarillas, que ella te obsequió sin darse cuenta, o sea, las que nunca le regresaste, toman vuelo y te rodean para que al azar tomes una y así escojas la adecuada; tomas un respiro, miras su fotografía y, de súbito, tu mano se conduce como loca, traza líneas que forman letras, después palabras y éstas a su vez oraciones que dicen más de lo que cualquiera pueda comprender. Uno de los libros a tu lado se abre y de él sale una mano que te invita a acercarte, mientras repasas las líneas de viejos vates que se quejan de su miseria e infelicidad. ¡Bendita noche! ¡Dulce soledad!


Toses debido a la baja de temperatura que se da a esas horas de la madrugada, y en tu ventana juguetea por fuera un pequeño príncipe que sigue buscando respuestas que los humanos no somos capaces de dar; miras cómo tu mano tiembla y piensas que te estás volviendo loco por escribir cosas sin sentido, cosas que sólo los magnánimos hombres podrían entender, pero no porque te ufanes de ser bueno escribiendo, sino porque sabes mostrar el cómo debe escribir el corazón, sí, esa masa de tejido que solloza cuando la nena sufre, que se abruma cuando la chica te dice que eres lo mejor que ha tenido en la vida y el que te obligó a llorar, sigilosamente, en la cárcel cuando la metiste en un lío.


Hay veces que quisieras salir de la vida de todos, transformarte mágicamente en solo un sueño en sus bobas mentes, un sueño que se quedó corto, que exigió una segunda parte, una nueva oportunidad de ser un mejor tú, para lograr ayudarlos a redimirse a sí mismos. Esos mismos que te dicen que no es bueno estar tanto tiempo solo con las penas que uno va juntando, y peor: cargándolas; pero, raudo, les contestas que la soledad no es mala por sí misma, pues se transforma en aliada segura cuando de ella sacas reflexiones y conclusiones que te lleven a algo, a una nueva brecha que de pronto surja de entre los confusos ramales propios de la duda infinita, y en ese momento, tu carga se disuelve…por un tiempo, claro.


Las estrellas son luces que chocan en tu escritorio mientras escuchas a lejos los ronquidos de tu madre exhausta de trabajar por alguien que pierde el tiempo en escribir boberías. Las figurillas se vuelven a formar a través de las fumarolas que das con el cigarrillo, parecen cuerpos alargados con la cabeza mirando hacia arriba, como si supieran hacia donde irán, sí, al techo donde se ha formado una fina capa de humo de las largas bocanadas que has dado con el tiempo, sentado buscando respuestas con los pasados, con las grandes y pequeñas figuras que te han forjado con los años.


En fin, de nuevo aparecen por tu puerta, e inmediatamente, te palmea en la espalda el célebre Nigromante que te felicita por dejar salir el corazón de nuevo, y de tu otro extremo el Duque de Job te increpa por no utilizar correctamente la gramática española. Miras como se alejan juntos poco a poco dejando un rastro con un apacible olor al siglo XIX en tu habitación. Esta noche fue buena, pues escribiste unas cuantas cuartillas sobre lo que crees ser y de nuevo te visitaron grandes hombres a través de las hojas de sus libros, y te das cuenta que a su vez ellos fueron visitados por otros genios más antiguos, más majestuosos en verdad. Es hora de descansar, cerrar los libros, guardar las plumas, apagar la luz y cobijarte con la imaginación, sí, tu única acompañante ya…

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