lunes, 21 de julio de 2008

Tus palabras eran tan distantes...

23 de abril del 2008.

Esa tarde fría de diciembre, sentados en una banca del parque cerca de tu casa, mirábamos el ir y venir de los niños jugueteando con pelotas y bicicletas. Ellos no notaban que todo lo nuestro se caía en pedazos como un castillo de arena mal construido y sin un ser extraño en el foso que cuidara sus flancos.

Tú y yo, sentados no sabíamos qué decirnos. Los dos queríamos con toda razón poder salir corriendo cada uno por su lado y olvidar lo incómodo de aquel momento. Tú querías huir, creo, porque no estabas segura si todavía me querías, yo quería huir porque no estaba seguro de que ya no te quería.

Tus palabras eran tan distantes como si estuvieras hablando frente a mi tumba días después de enterrado, reclinada en la cruz, sollozando y limpiándote las lágrimas. Las palabras que yo te enviaba eran como ecos que viajaban por la nada y sin ningún destino. Sin receptor, la emisión no existe, sin tus palabras mi ser no era nada humano.

Mi mano quiso alcanzarte una vez más, tocarte la cabeza y sentir tu calor como el calor de tu entrepierna de la que tantas veces gusté; pero pasó de largo, se fundió con tu cuerpo y te partí en dos. Fue gracioso, pues nunca lo notaste. Yo te partí y tú me arrancaste el corazón.


Tu presencia era tan traslúcida que podía ver a los niños en sus bicicletas pasar detrás de ti. No sé qué tenías, en verdad, no lo sé. Nunca estuviste, creo, ahí; tal vez eras otra, no, tal vez te imaginé y por eso tu presencia incompleta, falta de todo.

Miradas esquivas y ademanes fríos. El humo de mi cigarrillo, por primera vez en el par de años que estuvimos juntos, te provocaba molestias y hacías gestos de descontento. Estabas harta de mí y de todo lo que yo, antes de ese día, representé para ti.

Por mi parte, yo decidí fundirme con el letargo y echar un gran grito sigiloso que te hiciera cimbrar tus fibras más íntimas hasta hacerte evaporar de allí, y dejarme solo con tus restos, pues yo sabría muy bien qué hacer con ellos.

Me despedí sin mirarte a los ojos, me dijiste adiós tan convencida que ya no quise decir más. Yo me alejé un metro, y tú, ceñida de un escudo protector, te esfumaste cuando solo eras un punto en mi lejano horizonte de la vida. El sonido de la hojarasca al crujir durante tu caminar fue el último sonido que escuche de ti…

Dónde estás hoy?: en otros brazos.
Qué ojos miras?: los de otro.
A quién sigues con tu mirada?: a uno.
A quién escuchas poniendo tu sonrisa divina?: seguramente a un bobo.
Por quién respondes hoy?: por él.
Nunca más.

El joven promete una vez más, dejar de pensar en ellas.

No hay comentarios: